L A N Z A R U N H I J O A L A G U E R R A

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El verano te da lecciones de muchas cosas. El verano es un tiempo mágico, versátil… así como te facilita la anarquía (para hacer un poco lo que quieras) también te sugiere la disciplina. El verano es un “tiempo de todos” no de uno solo: salimos, entramos, recibimos, nos reciben, vamos, venimos, nos juntamos, vemos, observamos, conocemos, admiramos, nos impresionamos, juzgamos, aprendemos… ¡Qué escuela el verano!

Pero resulta, que el verano, al ser espacio de todos y no de nadie en particular, pues, las cosas “de todos” (calles, avenidas, parques, jardines, espectáculos, museos, áreas turísticas, refugios, baños públicos, iglesias, monumentos) se convierten en el mejor termómetro para medir la “calidad” de la persona cuyos hábitos y costumbres en lo “individual”, reflejan su saber relacionarse con lo público, con lo que es de todos y no es de nadie.

Yo siempre les he dicho a los padres que platican conmigo que: el verano de un hijo, fuera de casa (un mes de experiencia en alguna parte), es superior a un año de escuela, o el tiempo perfecto para ejercitar todo lo aprendido en un ciclo escolar, puesto que la diversidad social, el encuentro con lo ajeno, la responsabilidad de la conducta o la visión real de lo que se ha estudiado en la teoría, les lanza a la guerra de la realidad y hace que se pongan en práctica los talentos de la subsistencia guardados en el cerebro tras meses de escuela.

Por eso, lo colectivo evalúa lo personal. De ahí entonces que, todo lo aprendido durante años en la casa (refugio de lo individual) será llevado a la práctica cuando el individuo, niño o niña, sepa transitar exitosamente de lo particular a lo colectivo.

La educación, la urbanidad, los valores, la higiene, la lengua, los hábitos… aprendidos y ejercitados en el hogar, en familia, que han calado y modelado la personalidad del niño-a adolescente o joven (y adulto podríamos decir también) serán su regla de conducta cuando empiece a viajar, visitar, pasear, convivir.

Cuando vemos lugares, ciudades, parques, avenidas, museos, playas, campamentos… limpios, hermosos, sin basura, sin tiraderos, sin desechos… suponemos, que hay un buen equipo de limpieza en ese lugar, “pero” suponemos también, que hay un “turismo limpio” en ese lugar, y que ese “turista” limpio, nunca lo sería públicamente, si en su vida personal, halla donde viva, no fuese igualmente un individuo de buenos hábitos.

En ocasiones me encuentro con padres que me dan lastima. Proclaman orgullosos que van a mandar a viajar o a estudiar a su hija, hijo, al extranjero. Son felices porque van a invertir en ellos un montón considerable de dinero, y eso les da vanagloria, pero, resulta, que sus delfines, son un verdadero desastre en cuanto hábitos personales, modales y conducta, y me los imagino dándose de narices halla donde lleguen porque, la educación no es cuestión de primer o tercer mundo, o de tener más o menos dinero tu familia, la educación es cuestión de convivencia, y quien sabe convivir, convive en “cualquier mundo” y el que no sabe convivir, en ningún mundo cabe.

Algunos padres me hablan de tres “importantes” llamadas de teléfono que les hacen sus hijos. La primera, al mes o dos meses de haber llegado al país o lugar al que han ido a estudiar. El hijo desesperado “quiere regresar” repentinamente a su lugar de origen porque no termina de acomodarse a las “reglas” de una sociedad avanzada. La segunda llamada, a los cuatro, cinco meses, viene a dar tranquilidad a los padres porque ya el hijo, o la hija, le ha ido agarrando el “ritmo de la disciplina” a la cultura en la que está viviendo. Y la tercera llamada, la más dramática de todas para unos padres es, cuando su retoño les dice que “se quiere quedar” que no quiere regresar a casa porque al final aquello le gusta más.

Mi experiencia me dice, y se la sugiero a los padres, es que, si en la familia hay vocación de salidas, intercambios o viajes, se estructure en el hogar una educación de camaradería, valores, apoyos, urbanidad, responsabilidades, tareas, higiene…que hagan “natural” el buen hacer, el buen estar y el buen vivir.

Recordemos siempre esta consigna: “el mundo será limpio (en todos los sentidos) si uno en lo particular es limpio”.

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