LOS MISERABLES

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           La anécdota, no es tan vieja, la viví hace unos pocos años, en la Ciudad de México. Eran pasadas las 12 de la noche, y yo salía del teatro con unos amigos, de ver la función musical “los miserables” la obra cumbre del escrito francés Víctor Hugo, publicada en 1862. Comentábamos entre todos el apetito que traíamos y se decidió ir en metro hacia un área de la ciudad donde los changarros nocturnos alimentan bien a los hijos de la noche. Recuerdo, como la parada de metro, de nuestro destino, contaba con un lúgubre y larguísimo pasillo, casi vacío de peatones, a esas horas difíciles entre un día que se va y otro que llega. Al centro del mismo, un punto aislado, que a medida que nos acercábamos a él se convertía en una realidad visible. Una anciana, cobijada, en sus ropas, sentada en una silla plegable, y en otra silla, similar, acompañada por una canasta, grande, de mimbre, llena de tortitas, como hot cakes, en miniatura, para ser apreciados por los posibles transeúntes. Mis amigos pasaron de largo indiferentes a esa estática presencia humana. Yo me sentí tocado por ella. En decimas de segundos, la observe, me pare y le pedí dos docenas de tortitas. Me pidió cuatro pesos. Ni a dos centavos la tortita. ¡Quede impresionado, no sabía cómo reaccionar! Por la cabeza de me paso la imagen de una abuela, que tiene que vender, de noche, a precio de regalo, su trabajo de día. Que quizás, sobre sus espaldas, este la carga de unos nietos pequeños, que en la mañana temprano, desayunaran, con los centavos que ella gano horas antes, para que puedan ir a la escuela… ¡No sé, muchas cosas en pocos segundos me pasaron por la cabeza! Le pregunte que ¿Cuánto era la ganancia de toda la canasta? Me respondió que “poco mas de 25 pesos”. La entregue cien pesos, bajo la promesa de que se iría a su casa. A punto ya de salir del metro, después de recorrer la otra mitad del túnel, volví hacia atrás la mirada. La abuelita estaba doblando sus sillas para marcharse. Mis amigos me esperaban arriba en la calle, hacia frio, era otoño. Les entregue las tortas y las fuimos comiendo de botana.  El tema “los miserables”, fuera del escenario, se había cruzado en mi camino.

            Al día de hoy, pienso mucho en el grueso de nuestra población, de mujeres, que siguen, subsistiendo solas para salir adelante. Me imagino que el C.19, les ha complicado mucho la vida, especialmente aquellas cuyas tareas, o medios de vida, pertenezcan al rango de los no subsidiarios, sin seguro, y de fácil despido o recorte. Mujeres, con o sin marido, pero sacando la casa adelante gracias al quehacer de cada día. Si ese quehacer falla, como está sucediendo en estas fechas, ¿Qué sucede?

            Sospecho, que no es cuestión de igualdad -eso debería darse por añadidura: trabajo, salario- sino por justicia de parte de los organismos y las instituciones que regulan el bienestar mínimo de los ciudadanos.

Víctor Hugo, el autor francés, escribió su obra: la revolución de los miserables, el levantamiento de los miserables, en 1862. Han pasado 158 años, y, si hoy, levantara la cabeza y viera a la anciana del metro de la Ciudad de México, escribiría de nuevo su novela con los miserables de los años 20, del siglo XXI.

           

 

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