SE PREGUNTABA SIN OBTENER RESPUESTA

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             Acababa de salir de un “Circulo de Ateneo”. De una conferencia sobre “arte y educación”. No éramos muchos. La sala también pequeña. La mayoría usábamos mascarillas. Era a finales de este último mes de septiembre C.19. Los que pudieron desplazarse ya habían regresado de sus vacaciones. La vi esplendida. Situada en el espacio de mi derecha, pero tres filas por delante. Las sillas, dos libres, una ocupada. Su silueta, inolvidable. Ese porte de persona libre que lleva el pelo hermosamente revuelto. Su blusa negra marcándole bellamente el busto, parecía sudado, quizás llego a la conferencia directamente del gimnasio. Los pantalones de licra, pegados, y una pierna sobre la silla cruzada por debajo de la otra. Estaba atenta. Después, nunca levanto la mano para hacer preguntas, como otros. Cuando el tema que a todos nos había llevado ahí, termino, ella salió sin más, no se quedó al cóctel. Tampoco yo me quede. Esto es propio de los que asisten solos a eventos sociales; si no lo haces por hambre, difícilmente provocas la socialización con extraños.

            Camine por un paseo peatonal y me gusto la fachada de una pequeña cafetería muy acorde al ambiente artístico que acababa de dejar atrás. la puerta estaba abierta, dejaba salir un agradable olor a café, chocolate, y tostadas con mantequilla. Me indicaron mesa (ahora, en los lugares públicos, es necesario esperar a que te indiquen mesa) y pedí al joven que me atendió lo mismo que me sugirió entrar: el olor de un buen café y un pan tostado con mantequilla.

            Alce la vista para familiarizarme un poco mas con el lugar… Agradable. Cuadros cubistas, muy hermosos, litografías de imprenta, ¡claro está! Un estucado en las paredes muy acogedor, media docena de mesas, la mitad ocupadas y, en una, estaba ella. Observe bien. No cabía duda. Lo más extraño era que lloraba. Trataba de disimular, pero lloraba.

            Si me fui de la sala del “Circulo del Ateneo” sin esperar al lunch, era porque no me apetecía conversar con extraños, todo tiene su momento. No sé qué me paso, pero levantándome de mi lugar, me acerque al suyo, me disculpe, le dije que acababa de verla en la conferencia, que si me permitía acompañarla.

            Era bailarina. Y no solo había estado esa tarde ensayando coreografías, sino que la suya, predominantemente femenina, había sido descartada, para un próximo espectáculo, por una coreografía predominantemente masculina. Había trabajado mucho. Estaba ilusionada. Se preguntaba sin obtener respuesta: ¿si su cerebro era inferior al de sus compañeros varones?

            Cuando nos despedimos, yo también le estuve dando muchas vueltas a eso, del cerebro. Si. ¿Cerebro y género, tenían algo que ver? Lo cierto es que, tantos años, tantos siglos, desmereciendo el talento femenino y ensalzando las potencias masculinas… Algo. No sé. Quizás.

Me cuestionaba, ¿si nuestros cerebros se habrán adaptado al mundo de discriminación sufrido en el día a día? O, por el contrario, ¿el cerebro es un órgano único, similar para todo el género humano sin diferencia ni distinción?

            Lo cierto es que durante varios días le estuve dando vueltas al asunto y, siempre terminaba con la misma pregunta: ¿el cerebro discrimina géneros?

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