L A T R A M P A D E L A M O R M E N T I R A

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Ja,ja,ja,ja,ja… Cuantas veces no hemos escuchado diálogos como este, donde una ingenua novia le dice a su futura suegra y, madre de un hijo vago, desobligado, machista, fiestero, sucio, inmaduro… “ya vera señora, ya vera como yo lo cambio, no se preocupe, está muy enamorado de mí; yo lo voy a cambiar…” Y, la buena, futura suegra, con su expresión facial encantada y feliz, responde sonriente: “sí mujer sí, claro que sí… llévatelo cuanto antes”.

Este es, y no otro, el inicio del 80% de los matrimonios fracasados que se “matrimonian” pretendiendo hacer el milagro de la conversión del agua en vino que un día hizo Jesucristo en Cana de Galilea, pero que lo hizo El, y no otro, y una sola vez… ¡nadie más ha podido hacer semejante bravuconada!

Son abundantes las notas, o noticias de prensa, sobre “perfiles de famosos” (su vida pública hace que de ellos nos enteremos de todo lo que les ocurre antes, durante, y después de sus triunfos y fracasos) que a la larga convierten sus experiencias en una “metáfora” de la vida real, para todos, aunque el ciudadano, no famoso, no se quiera dar por aludido, y no encuentre en el tropiezo ajeno una lección que no conviene pasar por alto sin sacar consecuencias… “cuando veas las barbas del vecino quemar, pon las suyas a remojar”.

Ahí nos percatamos, desde la barrera, como espectadores, que esos amoríos tan espectaculares, entre personajes tan raros, dispares, diferentes… difícilmente llegaran a “cuajar”. ¿Por qué? Porque son tan heterogéneas sus realidades, sus procedencias, sus hábitos, sus costumbres, sus objetivos, tanto que… ni con un milagro (ya decíamos) se podrá lograr una “congenialidad” de pareja duradera y feliz… por los años, de los años, amen.

Lo vemos en los artistas, en los famosos, en las personas de abolengo, en las realezas, en las burguesías… cuando alguien que ha sido “educado-a” desde la cuna, en una forma de vida, con unas tareas precisas, con unas formas y hábitos a cumplir según el abolengo al que pertenezca en función de su rango, se asume, no se rechazan dichas obligaciones como el carácter natural, de la forma de vida, que a un individuo le ha asignado su propia historia. Y, si en un, de-repente, quiere romper ese “sentido común” al que él pertenece, y se enamora de una plebeya o plebeyo, de alguien ajeno a ese ritmo incubado desde su cuna, y se rebela contra la disciplina, ritos, obligaciones… en aras del “mucho amor” se dice que: pronto cae en la “incapacidad” de ser parte de un ritmo de vida u obligaciones para el que no se ha nacido, ni se ha crecido, ni se ha instruido, ni destinado. ¿Resultado?… la bomba. La bomba… truena, explota… Dos, cuatro años… de aguante, esfuerzo, intentos, buenos deseos… pero todo termina siendo “un imposible”… ni encajo, ni encajan. No son los afectos (el corazón) quienes dirimen los compromisos en el ser humano, es la inteligencia (el cerebro) a la que hay que hacer caso…

Ahí tenemos historias “grandes” de abolengo, cortesanas, de fortunas, que jugaron a príncipes y cenicientas… como la de Lady Di Diana de Gales, como la maldición de los divorcios en la corte de Londres, o como la cuesta debajo de la periodista Leticia y el Rey Felipe VI en la corte española. Los artistas, los adinerados, los políticos… difícilmente encajan con plebeyos.

Sin embargo, esta “trampa de amores mentira” no es un virus exclusivo en la liturgia de relaciones burguesas; sucede también de la misma manera entre los “plebeyos” entre nosotros. Cuando las realidades de educación, conducta, vida, estilo, familia, costumbres, hábitos, sueños y objetivos… no han sido parecidos (en la vida personal de cada pretendiente) es difícil, muy difícil que un día, de manera milagrosa, aparezca la empatía “para toda la vida” entre parejas “disparejas” en lo que a educación, sueños, diferencias culturales, hábitos y costumbres en las que una persona se ha formado y que, en gran manera, marcan el estilo de toda una vida.

De nada sirve el casarse con una mujer hermosa y ser la envidia del equipo alfa, o casarse con un bien dotado y ser la admiración del equipo omega. De nada sirve desoír las sugerencias de “quienes te advierten” que qué tontos “tropezar en la piedra del camino” en la que ves que se golpean los que van delante de ti y no le sacan la vuelta a la terquedad.

Mi trabajo es escuchar historias. Cuando me cuentan historias no me las cuentan para presumir, sino para reconstruir. La decepción mía es que difícilmente puedo lograr hacer el mismo milagro que hizo Jesucristo, después de Jesucristo… “convertir el agua en vino”… así que: ¡felicidades a los abogados que tienen un montón de trabajo gracias a la ingenuidad humana!.

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