N O A L O S M O N S T R U O S

PIN

Sucedió a finales de año. Y la rabia reventó como revientan los cohetes y la traca de final de un año logrando que el olor a pólvora y la suavidad de los colores se expandan en la misma intensidad por todo el espacio, dejando los sentidos mucho más impregnados de olor a pólvora que de tonalidad y ocres.

Laura es maestra. Laura es joven. Laura sueña. Laura rompe paradigmas. Laura se compromete. Laura se actualiza. Laura irradia. Laura es distinta. Laura es lo que los jóvenes quieren ser. Laura es viva. Laura apuesta por la vida. Laura enseña. Laura enseña a los monstruos a no serlo.

Pero una tarde, noche, reciente, hace días, regresando Laura de enseñar a los monstruos a no serlo, le salió uno en el camino, uno que no estaba enseñado a no serlo, y.

Entremos primero en la noche. Se asocia la noche a todo lo oscuro, invisible. ¿Por qué? ¿Qué culpa tiene la noche de que los monstruos la usen de tapadera para hacer monstruosidades? También en la noche se hace poesía, se encienden chimeneas, se asa pescado, se calienta chocolate, se cuentan cuentos, se encienden velas, se sale de paseo, se come pastel, se hace el amor… Pero pocos hablan del amor que se hace en la noche dando méritos a su escenario; y, sí en cambio, desdicen y difaman el escenario de la noche cuando en ella se comete una monstruosidad. ¡No es justo -dice la oscuridad- que violenten mi encanto para hacer el mal!

Y ahora regresemos a Laura. Quizás fue en un recoveco, puede que cerca de un matorral, o al final de una calle estrecha… lo cierto es que ya era de noche y la maestra, joven maestra, salió de su escuela camino de su casa, no sin antes dejar en el convencimiento de sus pequeños monstruos que no lo serán de grandes, que no se prestaran a la fobia o xenofobia, maltrato o Bullying, acoso, burla, ira, tampoco al hurto, robo, desposesión de lo ajeno… que no miraran mal a la mujer o al hombre, no rasgaran camisas, ni destruirán besos, ni arrancaran vaginas, ni violentaran penes, no harán de los pechos sagrarios de gritos y lágrimas, tampoco usaran mal su lengua, ni su verbo, ni su cerebro, no serán de doble moral, ni usaran dos conciencias, no sembraran, en la luz, y no segaran, en la oscuridad, no miraran a la mujer, tu prójimo, con monstruosidad, ni al hombre, tu prójimo, con perversión… no serán monstruos mañana porque están aprendiendo hoy, a no serlo. Y Laura, la maestra, los despide feliz, por el trabajo que está haciendo con sus niños de hoy, sus hombrecitos de mañana. Cierra la puerta de la escuela y se va contenta por el camino de la noche a abrir la puerta de su casa para después de cenar, leer, relajada, la última tarea de sus pequeños monstruos… ¿Qué habrán escrito sobre lo que ellos piensan?

Pero… en ese lapsus de la escuela a la casa, en ese recoveco, cerca de ese matorral, al final de la calle estrecha… ¡qué más da! le salió un monstruo no enseñado, haciendo con su vida de maestra una terrible monstruosidad. Y, Laura no llego a su casa, mañana tampoco ira a la escuela y los aprendices a no ser monstruos se verán privados de una educación necesaria para que ellos no lleguen un día a ser monstruos también… aun, cuando siempre han existido monstruos y asesinatos de mujeres y de hombres y de niñas y de niños.

Pero comenzamos año. Y la escuela se reabre de nuevo en el aula de cada adulto siempre con la esperanza de ¿Quién se quiere apuntar a enseñar a los monstruos a no serlo? Porque, Laura, la maestra, ya no está.

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